Cuando los guardias de la zona indagaron para averiguar quién había sido, dieron con el paradero de un hombre, y creyendo que había sido el autor, lo encarcelaron.
Transcurridos seis años de aquel fatídico falló, el que realmente había robado los pinos, al encontrarse en su lecho de muerte, confesó que el pobre hombre que se encontraba preso no tenía culpa ninguna. Y ya muy enfermo, como una de sus últimas voluntades, tras confesarse, pidió que lo sacaran.
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