Hoy una vecina me ha contado
una historia que me ha sorprendido bastante.
No hace muchos años, en un pueblo de Zamora, un
hombre que se dedicaba al campo tenía un galgo a su cargo. El animal no era
suyo, sino de un familiar que se dedicaba a la caza, pero como este último vivía
fuera de allí, se encargaba su tío. Perro y hombre eran inseparables; donde iba
él detrás le seguía el animal.
Transcurridos unos años, el hombre cayó enfermo y
debía mantenerse en la cama. El perro desde el corral se intentaba asomar a la
ventana de la habitación donde el pobre se encontraba. Finalmente, después de un
largo padecimiento, falleció. Desde entonces, el galgo salía de casa -y por lo
que comentaban los vecinos- acudía a los
alrededores del cementerio. Cierto día alguien dejó abierta la puerta del campo
santo, y entonces, consiguió entrar. Pasados unos días en la casa del difunto vieron
que el animal no regresaba. Tras hipótesis por un lado y por otro del paradero
del perro, lo encontraron muerto encima de la tumba de su amo. En
el pueblo aún recuerdan este suceso, y añaden que nunca han conocido un perro
tan fiel.
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